Cindi era apenas una pequeñita que no ajustaba los
cuatro años, cuando se prendió del cuello de su Padre, un hombre sereno que
nunca deja escapar sus emociones a
secas; siempre las acompaña de una lagrima. Su relato es sencillo y deja
ver a cada momento la decisión
irreversible de recuperar a su hija por
encima de todo. Hoy han transcurrido casi cuatro décadas, pero el recuerdo y el
relato es tan fresco, como su inusual
vitalidad de hombre joven que lo ayudó a conquistar al más grande de los
tesoros, su muñeca del alma.
El momento era de un silencio profundo. Para poder
entrar a la casa y al cuarto en donde se
encontraba Cindi, este latino hijo de emigrantes Colombianos, dejó en el porche
de la entrada su billetera con tarjetas de crédito, dinero, social security y
las llaves de su vehículo. Para la ex esposa americana y su familia era la
garantía de que Concha no cometerí ningún atropello con la criatura, pueso que la chica lo
reclamaba con insistencia y lo añoraba permanentemente desde el mismo momento en
que sus Padres decidieron separarse.
La Madre, había caído en el consumo de alcohol y drogas
y tornó imposible la vida de hogar. La separación alivió el infierno de las
peleas domesticas en su residencia
situada en los suburbios de NY city, pero dejo a Cindi sumida en una tristeza infinita. Quería ver a su
Padre, pero no podía dimensionar la distancia en kilómetros desde San Diego, California lugar
de su nueva residencia.
-Father, I come with
you-. Sintió que su alma empezaba a desgarrarse a jirones.
No lo pensó ni un solo
instante, no podía dudarlo un solo segundo
-si lo hubiera pensado no lo
habría hecho-. Dice con su voz entrecortada.
Saltó por la ventana del cuarto y corrió aferrado a su tesoro sin
mirar atrás durante no sabe cuánto tiempo. Ya la alarma estaba accionada en las
unidades de Policía y al toparse casi de
frente con una patrulla, escaló un pequeño muro y sin quererlo, en un instante
estaba compartiendo una elegante fiesta
con muchos invitados que le brindaban
licor y pasabocas. El ruido de las sirenas se alejó y nuevamente la adrenalina
cargó su cuerpo, salió de su accidental festejo y se topo con un ilegal
Mexicano a quien imploró ayuda, este no
dudo un segundo y en el platón de un destartalado Pick up, escondió Cindi
y a su taita entre canastos, hojas de matas y trastes viejos.
Un pequeño puente es la única salida del condado de los
acontecimientos y a estas alturas de la noche, la inspección policiaca era minuciosa, pero la
simbiótica pareja estaba escondida bajo el rotulo encubridor de UN SECUESTRO DE
AMOR y molecularmente, ¡eran invisibles!
El manito no podía seguir ayudándolos y los apeo lejos del
avispero de policías y de la “loca y su familia”. Sin Cindi, ella también
perdería los dólares que mensualmente recibía para la educación de su hija,
dinero irresponsablemente desviado a su drogadicción. Eso empezaba a
desesperarla mucho más que cualquier sentimiento de madre.
A partir de allí hasta el terminal de buses de San Diego, los
fugitivos hicieron auto stop. Lo importante era
cruzar la frontera estatal y así estar seguros de no ser más perseguidos
y el estado de Nevada era la gran oportunidad para ganar un juego en el que los
dos habían apostado toda la fortuna de
su vida y el padre, arriesgaba hasta su misma libertad. Con unos pocos dólares y sin saber cómo conseguir un boleto
y mucho menos como abordar un autobús sin ser detectado, se enfiló a un policía. Increíble pero así fue. El
dialogo no tardo mucho, pero en sus ojos seguramente mostró mucha bondad; toda
su angustia; toda su esperanza y en la niña el guarda además de su expresión de
firmeza, encontró certeza cuando la interrogó:
-¿Quién es este señor?-
-Es mi Padre-
-¿Quieres irte con él?
El grito estuvo a punto de
delatarlos, - SSSSSSiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisssssssssssssssiiiiiiiiiiiiiii
Debieron permanecer ocultos en el cuarto de aseo del edificio
entre trapeadores y máquinas de lavado, hasta cuando el ángel enviado por Dios,
les entregó dos pasajes y en una maniobra arbitraria detuvo el vehículo ya iniciando
su recorrido, para que ellos subieran, sin cruzar el counter de abordaje,
vigilado por más unidades. Padre e hija se adormecieron y se fundieron en un
bello abrazo hasta llegar a Las Vegas.
La madre de Cindi, llamaba desesperada cada hora a su tío Eduardo
y preguntaba si tenía noticias de ellos dos, cuidándose de no dar indicios por
tanta curiosidad. Esto sumado a varios telefonazos del banco tratando de comprobar la veracidad
y autenticidad de los intentos de su
hermano para lograr el pago de emergencia
por perdida de documentos de dos boletos de avión desde las Vegas, lo hicieron sospechar de algo grave y sin
demora llamó al servicio de los altoparalantes del
aeropuerto.
-Déjame oír-, le dijo a la chiquilla, cuando trató con singular emoción, de ubicar si la llamada general era para él.
El segundo llamado no dejaba dudas………. “favor acercarse al centro de información”. Al otro lado de la línea la voz de su hermano trataba de interrogarlo con desespero.Varias horas después, el aeropuerto Kennedy se abrió generoso y desplegó las alas de la libertad.
Anoche, cuando Gerado, Nena, Jose Fernando, Marcela y yo tragábamos saliva, frente a nosotros William Concha Cárdenas guardaba silencio a intervalos en su relato y sus ojos reflejaban tal vez la misma angustia de hace 35 años.
Anoche, cuando Gerado, Nena, Jose Fernando, Marcela y yo tragábamos saliva, frente a nosotros William Concha Cárdenas guardaba silencio a intervalos en su relato y sus ojos reflejaban tal vez la misma angustia de hace 35 años.
PAZAL
Popayan, diciembre de 2010
Popayan, diciembre de 2010
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