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sábado, 3 de diciembre de 2011

Un secuestro de AMOR


UN SECUESTRO DE AMOR

Cindi era apenas una pequeñita que no ajustaba los cuatro años, cuando se prendió del cuello de su Padre, un hombre sereno que nunca  deja escapar sus emociones a secas; siempre las acompaña de una lagrima. Su relato es sencillo y deja ver  a cada momento la decisión irreversible de recuperar  a su hija por encima de todo. Hoy han transcurrido casi cuatro décadas, pero el recuerdo y el relato es tan fresco, como su  inusual vitalidad de hombre joven que lo ayudó a conquistar al más grande de los tesoros, su muñeca del alma.
El momento era de un silencio profundo. Para poder entrar  a la casa y al cuarto en donde se encontraba Cindi, este latino hijo de emigrantes Colombianos, dejó en el porche de la entrada su billetera con tarjetas de crédito, dinero, social security y las llaves de su vehículo. Para la ex esposa americana y su familia  era la  garantía de que Concha no cometerí ningún atropello con la criatura, pueso que la chica lo reclamaba con insistencia y lo añoraba permanentemente desde el mismo momento en que sus Padres decidieron separarse.
La Madre, había caído en el consumo de alcohol y drogas y tornó imposible la vida de hogar. La separación alivió el infierno de las peleas domesticas  en su residencia situada en los suburbios de NY city, pero dejo a Cindi sumida en una  tristeza infinita. Quería ver a su Padre,  pero no podía dimensionar  la distancia en  kilómetros desde San Diego, California lugar de su nueva residencia.
-Father, I come with you-. Sintió que su alma empezaba a desgarrarse a jirones.
No lo  pensó ni un solo instante, no podía dudarlo un solo segundo
-si lo hubiera pensado no lo habría hecho-. Dice con su voz entrecortada.  
Saltó por la ventana del cuarto y corrió aferrado a su tesoro sin mirar atrás durante no sabe cuánto tiempo. Ya la alarma estaba accionada en las unidades de Policía  y al toparse casi de frente con una patrulla, escaló un pequeño muro y sin quererlo, en un instante estaba compartiendo una elegante  fiesta con muchos  invitados que le brindaban licor y pasabocas. El ruido de las sirenas se alejó y nuevamente la adrenalina cargó su cuerpo, salió de su accidental festejo y se topo con un ilegal Mexicano a quien imploró  ayuda, este no dudo un segundo  y en el platón  de un destartalado Pick up, escondió Cindi y a su taita entre canastos, hojas de matas y trastes viejos.
Un pequeño puente es la única salida del condado de los acontecimientos y a estas alturas de la noche, la  inspección policiaca era minuciosa, pero la simbiótica pareja estaba escondida bajo el rotulo encubridor de UN SECUESTRO DE AMOR y molecularmente, ¡eran invisibles!
El manito no podía seguir ayudándolos y los apeo lejos del avispero de policías y de la “loca y su familia”. Sin Cindi, ella también perdería los dólares que mensualmente recibía para la educación de su hija, dinero irresponsablemente desviado a su drogadicción. Eso empezaba a desesperarla mucho más que cualquier sentimiento de madre.
A partir de allí hasta el terminal de buses de San Diego, los fugitivos hicieron auto stop. Lo importante era  cruzar la frontera estatal y así estar seguros de no ser más perseguidos y el estado de Nevada era la gran oportunidad para ganar un juego en el que los dos habían apostado toda la  fortuna de su vida y el padre, arriesgaba hasta su misma libertad. Con unos pocos  dólares y sin saber cómo conseguir un boleto y mucho menos como abordar un autobús sin ser detectado, se enfiló  a un policía. Increíble pero así fue. El dialogo no tardo mucho, pero en sus ojos seguramente mostró mucha bondad; toda su angustia; toda su esperanza y en la niña el guarda además de su expresión de firmeza, encontró certeza cuando la interrogó:
-¿Quién es este señor?-
-Es mi Padre-
-¿Quieres irte con él?
 El grito estuvo a punto de delatarlos, - SSSSSSiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisssssssssssssssiiiiiiiiiiiiiii

Debieron permanecer ocultos en el cuarto de aseo del edificio entre trapeadores y máquinas de lavado, hasta cuando el ángel enviado por Dios, les entregó dos pasajes y en una maniobra arbitraria detuvo el vehículo ya iniciando su recorrido, para que ellos subieran, sin cruzar el counter de abordaje, vigilado por más unidades. Padre e hija se adormecieron y se fundieron en un bello abrazo hasta llegar a Las Vegas.
La madre de Cindi, llamaba desesperada cada hora a su tío Eduardo y preguntaba si tenía noticias de ellos dos, cuidándose de no dar indicios por tanta curiosidad. Esto sumado a varios telefonazos  del banco tratando de comprobar la veracidad y autenticidad de  los intentos de su hermano para lograr el pago de emergencia  por perdida de documentos de dos boletos de avión desde las Vegas,  lo hicieron sospechar de algo grave y sin demora  llamó  al servicio de los altoparalantes del aeropuerto.

-Déjame oír-, le dijo a la chiquilla, cuando trató con singular emoción, de ubicar si la llamada general era para él. 
El segundo llamado no dejaba dudas………. “favor acercarse al centro de información”. Al otro lado de la línea la voz de su hermano trataba de interrogarlo con desespero.Varias horas después, el aeropuerto Kennedy se abrió generoso y desplegó las alas de la libertad.

Anoche, cuando Gerado, Nena, Jose Fernando, Marcela y yo tragábamos saliva, frente a nosotros William Concha Cárdenas guardaba silencio a intervalos  en su relato y sus ojos reflejaban tal vez la misma angustia de hace 35 años.

PAZAL
Popayan, diciembre de 2010

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