Tal vez era el año de 1860 cuando el General Carlos Albán
trajinaba con esmero y dedicación, los ataviares de la academia en uno de los
más reputados Colegios de Popayán. A Agustina, maestra de tiempo completo,
dedicada a las mismas labores de su hermano antes de que lo terminara de picar
la política, la ciencia y la guerra y de
que iniciara sus viajes al viejo
continente en su todavía vago e imaginario dirigible, la salpicó la concupiscencia
de la carne pero sin haber recibido la
sacratísima e indispensable orden eclesiástica del matrimonio católico. El
embarazo empezaba a notarse y en la misma proporción, el escándalo de la
familia Albán Madriñán muy pronto recorrería las empedradas calles de la
hidalga Popayán en momentos en los que Mosqueras, Arboledas, Arroyos, Arroyos,
Obandos, Cárdenas, Torres, Caicedos y Caldas -entre otros-, la habían
convertido en el centro político-militar y financiero de los Colombianos.
La decisión fue inmediata
- Haz mancillado el
nombre de nuestra familia y te conmino
en tu preñez a las tierras paganas
de Usenda en Silvia-.
- Parida volverás sin tu primordio y el vástago
no podrá gozar de tu cariño-.
- Perseguiré a ese rojo del Moisés Delgado con
todo mi poder, pues ha pecado y te ha hecho
pecar-.
Esta tripartita y devastadora sentencia, la gritó Albán con voz
aguda y chillona, sentado en los corredores de su casa en el barrio San
camilo de Popayán y rebozado en su vestido de paño inglés de escasos 160
centímetros. Eso sí, apenas sin sonrojarse y a pesar de sus más de veinte hijos
extramatrimoniales.
Eran tiempos de honor y fuerza. Y para la época, el General
Albán gozaba de poder y dinero, por lo que el
eminente abogado Moisés Delgado de
arraigada familia Payanesa desde los tiempos de Don Gonzalo de Oyon,
partió a Neiva para escampar de la implacable persecución sentenciada por el
jefe conservador. El pequeño Alonso como se llamó al “hijo del pecado”, de
apellidos Albán Delgado, creció en la
villa de Belalcazar a la sombra de otra familia pero tal vez sin conocer o por lo menos sin
convivir con su madre biológica. Estudió Derecho y dio lumbre a una distinguida
prole con dama de apellido Paredes.
Entre ellos, Julián Delgado Paredes, José María Delgado Paredes, Gerardo
Delgado Paredes, son algunos de sus exponentes.
A todas estas un hijo del exilado Moisés Delgado de nombre
David, llegó a Popayán procedente de
Neiva y se enamoró de la hija de su medio hermano Alonso, doña Aura Rosa
Delgado Paredes. Pidió expensas al Santo Padre
y en matrimonio católico con su sobrina, engendró a Diego Delgado
Delgado, que los patojos vimos desde niño transportarse en un triciclo; recibiendo su cartón de
bachiller en el Colegio Chamapagnat de
Popayán en el mismo triciclo; transitar
los pasillos del claustro de santodomingo cuando estudiaba derecho en la universidad del cauca, en el ya desproporcionado vehiculo de tres ruedas y poco después de recibirse de
abogado, morir de la enfermedad congenita que lo obligó a transportarse en tan
improvisado medio de locomoción. Yo francamente pienso, que lo enterraron
también en su triciclo. Es que guardo una mítica simbiosis grafica infantil que
nunca se quitara de mi mente, entre ese regordete y su velocípedo. Seguramente
igual a como los indígenas veían a los conquistadores españoles en sus
caballos. Así lo tengo gravado, desde mis primeros años de colegio, cuando lo
asimilé a un modernísimo pero impedido
centauro.
La historia que relato
es animada por Juan Gabriel Fernández Delgado, nieto de David, medico cuarentón
querido, dicharachero, inteligente y muy pariente nuestro, que vive en
Barcelona y tiene dos bellos niños, que como su padre se enorgullecen de la
palabra Albán. Palabra que a propósito recuerda como sagrada y a la cual toda
su familia ha guardado reverencia y admiración desde siempre. Oírlo hablar del
tema, es como haberlo conocido hace muchos años. A su cabeza llegan los temas
del general, de la casa de la carrera novena, de Agustinita Albán, en fin de lo
que puede hablar alguien que se enorgullece y que nos enorgullece de la
estirpe.